Por Ernesto Martinchuk Aquel día glorioso de 1810, en que el pueblo de Buenos Aires expresó su voluntad de gobernarse por sí mismo y mostró con sus actos el rostro inconfundible de una patria, la mirada de ese pueblo se tendió más allá de la llanura campesina en que se prolongaban sus calles: extendiéndose hacia América, porque en la conciencia colectiva de los argentinos, la naturaleza y el destino de todo un continente estaban estrechamente unidos no sólo a la suerte inmediata de su causa, sino también a las proyecciones trascendentales…
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